lunes, 19 de julio de 2010

¿Qué todavía no conoces al padre Pérez?


No tiene nada de extraño. Se ha pasado medio siglo de su vida en Colombia, ayudando a quienes más lo necesitan. Pero sigue leyendo y acércate a su vida y a su obra.


BIOGRAFÍA


José Pérez Álvarez nació en Moncó, una aldea de Posada de Rengos, Cangas del Narcea, Asturias, el 6 de junio de 1926. Hijo de José María Pérez Pérez y de María Álvarez Álvarez fue el mayor de siete hermanos, de los que en la actualidad sólo viven cuatro.


Ante la falta de escuela en su pueblo natal y en el de Taladrid, en el concejo de Ibias, adonde se trasladó con su familia cuando él apenas contaba 5 años de edad, fueron sus padres quienes se encargaron de enseñarle a leer, escribir y rezar, justo antes de estallar la guerra civil española, cuya vivencia de hambre y penuria habrían de marcar en la edad adulta su amor por los niños y su angustia vital ante la falta de alimento, vestido y educación para tantos seres desamparados e indefensos.


En 1940 el párroco Eladio García Alonso, para quien ejercía labores de monaguillo, propició su ingreso en el seminario de Tapia de Casariego, continuando más adelante su formación en el de Valdediós, en el término municipal de Villaviciosa, y en el de Oviedo, ciudad en la que sería ordenado sacerdote en 1952.


Fue tres años párroco de las localidades de Bayo y Báscones, donde se encargó de restaurar la iglesia que había sido incendiada durante la guerra, en el concejo asturiano de Grado y, en 1955, abandonó por primera vez su Asturias natal para incorporarse al Regimiento de Artillería de La Almoraima, en el Campo de Gibraltar, con el grado militar de alférez, y más tarde en los destacamentos militares de Algeciras y San Roque, acuartelamientos en los que ejerció durante dos años como capellán castrense.


En 1957, coincidiendo con la guerra de Ifni, librada entre fuerzas españolas y marroquíes, es destinado como capellán al Hospital Militar de Las Palmas de Gran Canaria, adonde llegaban cientos de legionarios heridos en combate y adonde coincidió con Juan Carlos de Borbón y Borbón, coronado rey de España desde 1975 con el nombre de Juan Carlos I, y con Luis Muñoz Grandes, hijo del general Agustín Muñoz Grandes, quienes le intentaron persuadir en vano de que se quedara en el ejército y desistiera de su intención de viajar a Sudamérica para canalizar su vocación misionera, hecho que se produjo a finales del año siguiente.


En efecto, y tras ser requerido provisionalmente por el Obispado de Oviedo para prestar servicios en la parroquia de Illano, en la zona occidental de Asturias, y de asistir a un curso de orientación misionera en la Organización Sacerdotal Americana, OSA, con sede en Madrid, el 29 de diciembre de 1959 zarpó del puerto de Vigo en el buque Amazón, formando parte de un contingente de 2.800 misioneros, integrantes del Equipo Misionero Pontificio Americano que, dirigido por el jesuita Enrique Huelin, estaban llamados a desarrollar su acción pastoral en la Gran Misión Buenos Aires.


Se iniciaba de este modo su particular “sueño americano” de convertir la acción pastoral en continua entrega a los demás y de conocer otros mundos, decisión en la que tuvo mucho que ver el entonces director de la Fábrica de Armas de Trubia, en el concejo de Oviedo, Antonio Uría Río, a quien profesaba gran afecto desde que se conocieran en su etapa de párroco, ya comentada, y de quien aprendió que la acumulación de nuevas y engrandecedoras experiencias es lo que realmente enriquece y da sentido a la vida del ser humano.


ACCIÓN SOCIAL Y EMPRESARIAL


Después de llevar a cabo diversas actividades en la metrópoli argentina y, poco más tarde, en Bogotá, capital de la República de Colombia, el 10 de junio de 1960 –hace ahora 50 años– es trasladado a Santiago de Cali y en octubre de ese mismo año a la zona rural de Palmira, localidades enclavadas en pleno Valle del Cauca, por cuya planicie se extiende la mayor riqueza azucarera del país más hispanófilo del mundo.


Y fue en uno de los complejos azucareros vallecaucanos más importantes de Colombia, conocido con el nombre de Ingenio Providencia, al que había llegado para dar una serie de conferencias por espacio de cinco meses, donde acabaría, por fin, asentándose durante 25 años, primero como capellán y, más tarde, como director de relaciones humanas, iniciando así un largo e ininterrumpido período de ingentes tareas benéficas y sociales.


Desde su incorporación transitoria como capellán se trazó el objetivo de mejorar la situación personal, familiar, laboral y social de los trabajadores de las empresas que integraban el Ingenio Providencia y que, en su mayoría, a excepción de directivos y técnicos, eran analfabetos.


Esta formidable dedicación a los obreros más necesitados, que le llevaron a emprender y finalizar cursos de sociología y estudios superiores de psicología con el objeto de conocer a fondo la naturaleza humana y de orientar las pretensiones y las esperanzas de millares de jornaleros, insuflándoles sin respiro el grado de autoestima necesario para mejorar paulatinamente sus difíciles condiciones de vida, fueron la consecuencia de que los rectores de la empresas le propusieran la dirección del departamento de relaciones humanas y el comienzo de un conjunto de obras humanitarias singulares, tanto desde la vertiente educativa como de la benefactora.


Fue en esta época, en la que el padre Pérez –a quien se empezaba a conocer ya como padre Pepe– iba, de algún modo, cerrando lentamente el breviario de los rezos al cielo para abrir los doctos libros del conocimiento terrenal, cuando conoció el almíbar amargo de otros curas colombianos y españoles que cambiaron el misal del púlpito por el fusil de la guerrilla y se tiraron al monte.


Uno de ellos, con quien mantuvo una estrecha amistad y acabó convirtiéndose en el paradigma de una contradicción humana que sigue rebullendo en su cerebro, fue el sacerdote y sociólogo Camilo Torres Restrepo, conocido como El cura guerrillero por su pertenencia al Ejército de Liberación Nacional, ELN, quien cayó muerto en su primer enfrentamiento con las fuerzas del ejército colombiano en Patio Cemento, Santander, el 15 de febrero de 1966, y cuyo carisma tanto influyó en otros sacerdotes españoles que se alistaron en la guerrillas, como Manuel Pérez Martínez, que llegó a Colombia a fines de 1969, junto con Domingo Laín y José Antonio Jiménez, imbuidos de la admiración que Camilo Torres despertó en muchos jóvenes sacerdotes del mundo entero y seguidores de la teología de la liberación.


Torres era, en palabras del padre José Pérez, el sacerdote más culto, sencillo y elegante que conoció, y ha llorado mil veces recordando las palabras de Camilo Torres el día que se despidió de él diciéndole: –“Mira, Pepe, aunque Dios no existiera, tendríamos que adorar a Cristo por su doctrina de amor, pero hoy, para que el amor a Cristo sea eficaz, necesariamente tiene que ser violento, por eso me voy a la guerrilla…”.


Una profunda tristeza le sigue embargando hoy al evocar el suceso porque “a Camilo Torres no lo mataron las balas de los soldados de su gran amigo el coronel Valencia, lo mataron la cerrazón y la incomprensión de sus superiores, lo mataron la injusticia social y la insensibilidad social y humana de los gobernantes, lo mataron la impunidad, los más aberrantes atropellos humanos, lo mataron los políticos corruptos, lo hemos matado entre todos con nuestro mísero y egocéntrico proceder…”, dijo públicamente en varias ocasiones.


Mientras tanto, y en medio del conflicto armado colombiano heredado del período conocido como La Violencia –etapa caracterizada por enfrentamientos sangrientos entre conservadores y liberales–, iba creciendo el compromiso del padre Pérez con un mundo mejor basado en la formación y el pacifismo a través de la educación del ser humano y la justicia social.


CENTRO DE FORMACIÓN INTEGRAL PROVIDENCIA


La primera consecuencia, y con toda seguridad la más importante, es el Centro de Formación Integral Providencia, ubicado en el municipio de El Cerrito, a 47 kilómetros de Cali, producto del coraje reflexivo, la perseverancia en la búsqueda de una idea verosímil y la involucración personal infatigable en el trabajo a pie de obra para llevarla a término que seguirían definiendo, uno tras otro, los proyectos por él promovidos a lo largo de su dilatada vida.


La chispa creativa que daría como resultado este centro educativo saltó una noche en la que no pudo conciliar el sueño, fuertemente impresionado por las palabras que habían brotado de la boca de un obrero que, en el transcurso de una charla que acababa de impartir pocas horas antes a una cuadrilla de cortadores de caña, se adelantó en el grupo y le dijo sin rodeos: –“Mire, padrecito, nosotros hemos nacido esclavos y esclavos moriremos. Nuestra suerte está echada y no hay remedio. Si puede, haga algo por nuestros hijos para que no tengan que correr la misma mala suerte que nosotros”.


El insomnio nocturno trajo consigo, finalmente, un destello de luz. En primer lugar, convenció a los directivos de la empresa para que le cedieran, sin cargo de ninguna clase, algunos terrenos abandonados; después, recabó maquinaria prestada y ayuda de diversas instituciones latinoamericanas y europeas; por último, propuso a los obreros levantar un colegio para sus hijos, encabezando él mismo los grupos de trabajo gratuito para llevar a cabo su construcción durante los fines de semana, dando cada uno lo mejor de sí mismo en un esfuerzo tan tenaz como voluntarioso.


Para poner en marcha este proyecto ideó, en primer lugar, la creación de la Hermandad Obrera de Acción Católica, HOAC, que adquirió personalidad jurídica el 17 de Julio de 1963, por Resolución 002283, de los organismos competentes colombianos.


Luego, bajo la firme premisa de convertir a los hijos de los empleados en agentes dinámicos de su propio desarrollo y del bienestar de sus comunidades, y convencido de que para tal fin era imprescindible concebir un proyecto basado en impartir formación profesional para la producción y producción para la formación profesional –como un método seguro para que los estudiantes accedieran rápidamente al mercado de trabajo como mandos intermedios de las empresas vallecaucanas y con el fin de que el colegio pudiese autofinanciarse por sí mismo en el futuro inmediato– el centro se inauguró en 1965 y sigue siendo, a día de hoy, el más grande del país, ya con categoría de universidad.


Sólo las ventas anuales de los obradores de la división de confecciones, donde se fabrican toda clase de prendas de vestir y se trabaja a pleno rendimiento, suponen más del 60% de la financiación de un centro educativo cuyos numerosos aularios, talleres, comedores, salón de actos, recintos polideportivos, piscina, campo de fútbol… se despliegan sobre 8 hectáreas de superficie, equivalentes a 10 terrenos de juego como el del Fútbol Club Barcelona, por lo que disfruta, al mismo tiempo de abundantes espacios verdes y amplios viales.


Con capacidad para 4.000 alumnos en el momento presente, que pasan cada curso académico por unas instalaciones que se han ido ampliando paulatinamente con el paso del tiempo, son casi 40.000 jóvenes los que, desde su fundación, ya se han beneficiado de unos programas de estudios que gozan de la particularidad añadida de que la gran mayoría obtienen un trabajo digno tras finalizar el correspondiente período formativo.


El Ministerio de Educación Nacional le otorgó en 2008 el premio al mejor Ceres (Centros Regionales de Educación Superior) de entre los 103 que existen en Colombia, un programa formativo implantado en las citadas instalaciones a través de la Universidad Autónoma de Occidente desde 2006.


Declarado centro piloto a imitar en otros países latinoamericanos, en 1982 el Gobierno de Colombia condecoró al padre Pérez con la Medalla Cívica Camilo Torres, un galardón civil del máximo prestigio creado para “reconocer y enaltecer los servicios eminentes del educador que incorpora en su trabajo educativo prácticas de convivencia al interior de la institución, que involucra a la comunidad educativa en el quehacer de la educación, que trabaja por la promoción y defensa de los derechos del niño y que promueve en los alumnos el interés por el conocimiento científico y tecnológico”, tal y como se desprende del título.


EL BARRIO OVIEDO Y OTROS MÁS


Encauzado el problema docente y profesional de los hijos de los trabajadores, pronto iba a dirigir sus esfuerzos a conseguir una vivienda digna para los obreros que, con los salarios más bajos y el mayor número de hijos a su cargo, malvivían en inmundos barracones.


Siguiendo similares procedimientos a los que habían dado lugar a la construcción del Centro de Formación Integral Providencia, entre 1966 y 1972, levantó en el corregimiento El Placer del aludido municipio de El Cerrito, una barriada de 70 viviendas unifamiliares con huerto, siguiendo las recomendaciones de habitabilidad que empezaban a imperar en algunos lugares avanzados de Europa y extraídas de la Convención de Bruselas de 1927, que denominó Barrio Oviedo para dejar constancia de su irreprochable amor por Oviedo y por Asturias.


Según las conclusiones de la citada Convención, por razones económicas, sociológicas y psicológicas, las viviendas concebidas para los trabajadores deberían estar cerca de las empresas, pero lo suficientemente alejadas de las mismas como para distanciarse de los problemas laborales durante el tiempo de descanso y, a la vez, habrían de estar dotadas de un pequeño huerto donde el trabajador y su familia encontraran una alternativa productiva al ocio y pudieran cosechar alimentos vegetales –lechugas, patatas, tomates…– que paliaran las necesidades básicas de alimentación, tanto para consumo propio como para ponerlos a la venta en los mercadillos de la época.


Y así, fiel a los versos de José María Pemán, que el padre Pérez recitó y recitó a sus superiores hasta que le dieron luz verde al proyecto, tras demostrar que para que los obreros del Ingenio Providencia se sintieran bien consigo mismos y, a la postre, rindieran más en el trabajo necesitaban Casa limpia en que habitar / pan blanco para comer / un libro para leer / y un Cristo para rezar, amén de un huerto para ayudarse alimentaria y económicamente, construyó posteriormente el Barrio El Carmen –en recuerdo de la devoción que su madre sentía por esta advocación mariana– de 200 viviendas, el Barrio Navia Prado y otros dos más en las inmediaciones de la zona.


EL CENTRO ASISTENCIAL OVIEDO


Dentro del barrio del mismo nombre, en los terrenos previamente reservados para tal fin, ideó años después la construcción de un centro asistencial que cubriera las necesidades de los residentes de los barrios ya anteriormente comentados.


Con la colaboración del Ayuntamiento de Oviedo, este equipamiento de servicios múltiples fue inaugurado el 5 de Febrero de 2004, y dispone de sala de reuniones, consultorios médicos y odontológicos gratuitos (gracias a convenios de colaboración suscritos con médicos en prácticas), guardería infantil, taller de corte y confección, escuela culinaria, biblioteca, y zona recreativa para los niños.


EL CENTRO ASISTENCIAL PARA MADRES SOLTERAS DE PASTO EN NARIÑO


Con la colaboración de Vivian Idreos, traductora y escritora nacida en El Cairo y afincada en Madrid a quien se debe la obra Los últimos hijos de Constantinopla, se involucró también en el Centro Asistencial para Madres Solteras, en la localidad de Pasto, con capacidad para 70 mujeres, a través de un grupo de colaboradoras de la institución en la capital de España en los años 90.


EL PROYECTO PADRINOS ASTURIANOS


Tras la jubilación del consorcio azucarero y después de conocer “in situ” las miserables condiciones de vida de miles de niños colombianos, el padre Pérez fundó la institución Padrinos Asturianos, que presta ayuda a casi un millar de menores en situación de extrema pobreza mediante la fórmula del apadrinamiento.


Y a día de hoy, con 84 años ya cumplidos, ahí sigue ejerciendo de director fundador ejecutivo y viajando de Oviedo a Cali y de Cali a Oviedo, ininterrumpidamente, para supervisar personalmente los programas de formación, promover acuerdos de colaboración con centros educativos y reclutar directivos y voluntarios capaces de prestar sus servicios de modo absolutamente gratuito, norma tan pertinente como indispensable.

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